miércoles, 4 de abril de 2018

RESEÑA: Mis memorias- Violeta Friedman

Autor: Violeta Friedman
Título: Mis memorias
Editorial: Booket
Páginas: 224
Categorías: Drama. Nazismo. Biografía



Violeta Friedman sobrevivió al infierno de los campos de exterminio nazis. Recluida en el tristemente famoso campo de concentración de Auschwitz cuando apenas era una niña, sufrió en la propia carne la humillación, las vejaciones y las atrocidades que la mente de un monstruo llamado Hitler planeó para todo un pueblo. Años más tarde el dramático testimonio de Violeta fue decisivo para condenar al nazi Léon Degrelle. Estas páginas, escritas con tristeza, pero también con una profunda esperanza, tienen la misión de recordar al mundo entero la mayor crueldad de la Historia; un terrible episodio que, para que no se repita, las generaciones venideras no deberán olvidar.




Violeta Friedman se encontraba tranquila en su casa cuando ve por la televisión a un tal Leòn Degrelle tener opiniones acerca del Holocausto. Sorprendida, observa cómo se le ha dado espacio en la televisión pública, la TVE, de España. Escucha frases como “Hitler me consideraba un hijo” y “no existieron las cámaras de gas”. La nota se la hacían por la aparición del cuerpo del doctor Joseph Mengele en Brasil, a lo que este hombre se lamentaba por la grave profanación que hacían de sus restos, a un hombre que simplemente fue un médico. Ella se plantea una y otra vez las cosas, su familia entera había muerto en los campos de concentración y ahora venía un hombre a llamarla mentirosa…
León Degrelle estrechando la mano de Adolf Hitler


En aquella entrevista que yo observaba atónita, Degrelle aprovechó para proferir una diatriba antisemita contra Simón Wiesenthal, quien siempre le provocó un profundo miedo paranoico, y al que atacaba en cuanto tenía ocasión. Pero lo más impactante para mí fue que, sin ningún rubor, afirmó que seguiría siendo fiel a su ideología –a esa ideología perversa del odio- hasta la muerte. Cuando el periodista le preguntó:
—¿Se arrepiente usted de algo, señor Degrelle?
Él contestó, con fuerte acento de erres arrastradas y gran arrogancia:
—Sólo me arrepiento de que Hitler haya perdido la guerra.

León Degrelle, durante la guerra, era líder de las Waffen SS, un escuadrón de la muerte de las SS. Tenía crímenes a cuestas y el gobierno de Franco lo dejó ingresar a España escapando de los juicios que le esperaban en su Bélgica natal. Años después, en los ochenta, teniendo la certeza –y la impunidad- de que no podría ser capturado para un juicio ya prescripto en Bélgica, habla con liviandad y despreocupación. Degrelle no es el primero al que Violeta escucha hablar así: desde mitad de la década de los setenta está escuchando cada vez más personas expresarse de esa manera. Gente que niega el Holocausto y una Europa que se va tornando a la derecha. Pero Degrelle es el que le colma el vaso, porque ambos se encontraban viviendo en el mismo país: España.


¿Cómo era posible que eso ocurriera en la España de 1985? ¿Cómo podía ser que un medio de comunicación –la televisión pública, además- concediera la palabra a semejante criminal para atreverse todavía a defender su criminal ideología y al monstruo que la inspiró? Mi indignación era enorme.
 
Violeta Friedman vs. León Degrelle
Todo este clima enrarecido la coloca en un lugar de desconcierto, tristeza, enojo y deseos de justicia. Lleva a Degrelle a juicio por llamarla mentirosa, por lo tanto, afectar su honor, negando el Holocausto, y hacer apología a la discriminación y racismo al seguir apoyando el nazismo.  Durante siete años y con varias sentencias en contra que le decían que no tenía razón de haberlo enjuiciado porque sus expresiones no iban dirigidas específicamente a ella, logra ganarle en el cuarto juicio anulando todos los anteriores, logrando un precedente para España. Ahora quien quisiera hablar del Holocausto deberá hacerlo con cuidado y verdad o atenerse a las consecuencias.

Es por todo esto que ella decide escribir un libro para que todos conozcan la verdad de los campos de exterminio y el sufrimiento que ha tenido que atravesar. Aunque en un principio era alguien que ocultaba todo su pasado, o intentaba superarlo no hablando al respecto, toda esta situación le dio un empuje que la puso en otro lado: el de querer decirlo todo.

Durante treinta y nueve años, yo había guardado silencio. Había tratado de olvidar lo inolvidable, de convencerme a mí misma de jamás había vivido todo aquel horror sin límites. Pero era en vano los recuerdos seguían ahí, el mercado de Marghita, el tren, los brazos que me separaron de mi madre, y el espanto, el hambre, el dolor, la muerte… Yo había vivido todo eso. Y como yo, otros muchos millones de personas.



 LA INFANCIA DE VIOLETA

Violeta Friedman fue una sobreviviente de Auschwitz Birkenau a la edad de catorce años. Fue una de las prisioneras más jóvenes en estar cautiva en ese lugar y sobrevivir.

Yo solo tenía catorce años, y debería haber sido enviada directamente a la cámara de gas. Pero aquella noche llevaba un pañuelo en la cabeza y unos zapatos de tacón de mi madre, porque mis pies estaban tan hinchados al haber permanecido horas y horas de pie en el tren, que los míos no me entraban. En la oscuridad de la noche, agarrada del brazo de mi hermana que tenía casi dieciocho, a Mengele debí de parecerle mayor de lo que era, y fui enviada con ella al lado equivocado. Mi madre en cambio era joven y sana, solo tenía cuarenta años, pero estaba deshecha por el terrible viaje, y se agarraba del brazo de mi abuela, intentando no ser separada de ella. Mengele apenas la miró, pero su brazo de demonio señaló el camino hacia la muerte. Muchas veces, más tarde, lamenté desesperadamente aquel error que permitió que yo me salvara mientras ella moría.

Fue llevada junto a sus familiares: sus padres, sus abuelos, su hermana y su bisabuela. Con excepción de ella y su hermana, Eva, toda su familia moriría el mismo día en el que llegan al lugar.

La memoria de Violeta acerca de su estadía en el campo no es del todo clara. No tiene noción del tiempo sino de situaciones específicas. Recuerda mucho las sensaciones que tenía en el lugar: el miedo y el hambre a la cabeza. Su memoria es algo vaga y aun así podemos comprenderla perfectamente y entender por lo que ha pasado.

(…) he de alertar al lector: cuando fui llevada a Auschwitz, yo tenía solo catorce años. Era una niña ignorante y sometida a una presión inimaginable. La desnutrición y los sufrimientos me mantuvieron durante aquel año espantoso en un estado que tal vez pudiera compararse al de las personas sometidas al efecto de ciertas drogas. Y, además, el resto de mi vida, hasta hace diez años, me lo pasé tratado de olvidar. Todas esas razones hacen que haya zonas de mi memoria que permanecen borrosas, recuerdos a veces fragmentarios, momentos que sobresalen frente a otros desvaídos o inalcanzables. También hay cosas que recuerdo, pero de las que ni siquiera hoy soy capaz de hablar.

Hay que entender que el libro lo comenzó a escribir a fines de los setenta, cuando un psiquiatra se lo recomendó ante sus constantes depresiones. Luego fue pulido en los ochenta y finalmente publicado en los noventa. Es así que ella comienza a revolver todo ese pasado treinta años después de que haya sucedido, habiéndolo mantenido oculto de su familia, en especial de sus hijos para que no crecieran con ese estigma.


Como escritora, lo que tiene Violeta es que explica muy bien. Alguien que no tuviera idea de absolutamente nada sobre el nazismo y el Holocausto puede leer este libro y entenderlo todo. Porque la autora se molesta en explicar cada detalle que puede. Violeta se reconoce una gran lectora de libros que hablan del nazismo, tanto testimonios de víctimas como libros de historia, o libros que traten de la vida de los oficiales de la SS. Siente la necesidad de ir al origen de las historias para hacerse entender. Cuenta en detalle su historia familiar, la historia de Hungría y de Rumania, y cómo fue surgiendo y accionando Hitler sobre Europa. No lo hace de modo pesado -haciendo que pareza más un libro de historia que un testimonio- sino que vuelve toda la historia entendible. Sabe de lo que habla y se preparó para contarlo.

Su estadía en Auschwitz es como el común de relatos, en cuanto llega a ver en el lugar y las grandes matanzas.

(…) todos en principio estábamos condenados al mismo destino final, la muerte. La diferencia radicaba en que la condena podía ser inmediata, o aplazarse en el tiempo, siendo precedida a veces por una etapa de esclavitud.

Algo que llama la atención de su testimonio es la existencia de sectores dentro del campo para los “por si los necesitamos para la cámara”. Había un sector del que ella formaba parte en el que solo ponían a la gente que en caso de que faltaran personas para la cámara de gas y los crematorios, se tomaban de allí, aunque estén bien físicamente. Porque las cámaras debían estar en constante funcionamiento para que no se trabaran o quedaran en desuso. Esto fue algo raro de descubrir porque siempre se habla de que quienes eran seleccionados para ir directo a la cámara eran viejos o niños o débiles para trabajar y los demás eran seleccionados para trabajo esclavo.

Éste lugar de los “por si…”, era un lugar alejado del resto donde cada tanto, ante la falta de nuevas personas que ingresaran, elegían víctimas. La diferencia también reside en que quienes llegaban a los campos no sabían qué les pasaría allí dentro (son conocidas las historias de las falsas duchas para matarlos con gas), pero quienes residían en esta sección sabían que, si venían por ellos, era porque les faltaba gente para matar y eran elegidos por esa causa.

(…) los nazis llamaban a nuestro campo Vernictungs lager, o campo de la aniquilación, lo cual quería decir que todos los internados allí estábamos destinados a la cámara de gas antes o después. Esa fue la razón por la que no nos tatuaron: el número en el brazo se reservaba para aquellos prisioneros que estaban destinados a trabajar como esclavos. Al principio, mientras hubo muchos transportes que llegaban con nuevos prisioneros, entre nosotros apenas hubo selecciones. Pero luego, cuando el número de trenes fue disminuyendo –pues casi todos los judíos, gitanos, etc.; habían sido ya deportados- empezaron a venir a nuestros barracones para llevarse a compañeras a las que nunca más volvíamos a ver.

Sin embargo, Violeta y su hermana fueron ingresadas a mitad de 1944 y para comienzos de 1945 ya estaban liberadas, pero lo poco que estuvieron les sirvió para que las afectara el resto de su vida. Es una época donde se martirizan mentalmente por las relaciones que tenían con sus padres antes de ingresar al campo, por la relación que tenían entre ellas, por no poder despedirse de sus familiares antes de morir. La culpa por sobrevivir las sigue. Es una de las partes más emotivas de toda su vida, porque describe cuántas veces estuvo a punto de morir y su ingenio la salvaba. Además, que la separaron de su hermana en un momento y ya la daba por muerta. Violeta también estuvo al borde de la muerte, si la liberación no llegaba hubiera muerto en muy poco tiempo, pero el apuro de los alemanes por retirarse de la zona donde llegaban los rusos hizo que no se detuvieran a matar a todos los que veían y quedaban vivos.

Pero si bien parecía que lo peor había pasado, otra vez seguían con problemas. Porque aparecen los temibles rusos otra vez. No sé si recuerdan que en Tengo quince años y no quiero morir, la protagonista contaba mucho sobre los rusos y cómo eran iguales o peores que cruzarse con un alemán en esas épocas. Aquí sucede más o menos lo mismo, cruzarse con un ruso, a pesar de ser los libertadores, hacía que estés preso nuevamente en campos de concentración soviéticos o que las mujeres sean violadas por soldados. Es así que cuenta cómo las chicas debían estar en grupo para no ser atacadas por ellos y cuidarse.

Nos manteníamos siempre en grupos, porque nos encontrábamos a menudo con sorpresas desagradables. Algunas fueron violadas por soldados rusos. En algunos sótanos había soldados alemanes escondidos, de los que nosotras huíamos despavoridas. También encontramos a algunos muertos, colados de una cuerda dentro de las casas o en los árboles. Ejecutados o suicidados, nos daba igual: no sentíamos ninguna pena, ninguna piedad por ellos. Y a ver cadáveres estábamos más que acostumbrados.



DESPUÉS DE AUSCHWITZ

Violeta Friedman es una mujer que se podía catalogar de todos lados: no tiene una nación definitiva y vivió en varios países. Empezando por haber nacido en un pueblo llamado Marghita en Transilvania, que para el momento en que ella nace pertenece a Rumania, pero antes era de Hungría por lo que toda su familia se considera aún húngara. Luego, con Hitler ya en el poder de Alemania, se divide Transilvania que era zona de disputa entre Hungría y Rumania, quedando el lado de Violeta y su familia para Hungría, lo que lamentarían porque era el lado más fanático a Hitler. Cambian las políticas sociales y ellos, como judíos, son consideradas parias de la sociedad, los envían a Auschwitz en Polonia. De allí, terminada la guerra, vuelve a vivir a Rumania. Puede escapar hacia Canadá donde vive un tiempo, después se casa en Venezuela y, por último, vive sus últimos años en España.
Violeta en los años cincuenta

Así que el libro nos permite conocer toda su vida, porque su vida no es solo esa estadía en Auschwitz, sino también las consecuencias que tuvieron esos meses para el resto de su existencia. Cuenta toda su vida hasta los años noventa en España. 

Lo que puede recalcarse es un deseo constante, especialmente de joven, de olvidar lo sucedido, de empezar otra vez. Es así que conocemos las constantes fiestas a las que solían ir los jóvenes luego de la guerra, una manera de vivir la vida que les habían querido quitar. Además de la ola de casamientos que hay entre sobrevivientes, entre viudos, entre jóvenes.

(…) nos invadió una fiebre de bailes y festejos continuados. No se trataba de celebrar la vida, sino de paliar nuestro incurable desarraigo, y, sobre todo, de aturdirnos, de huir del pasado y presente inmediato en un salto desesperado hacia delante, de ocultar detrás de la música y la alegría nuestras tristezas y recuerdos. Queríamos a toda costa borrar nuestras memorias.

Todo dentro de un sistema inconsciente de mantenerse juntos, mantener lazos con quienes sufrieron lo mismo o entre quienes se entienden, las fiestas para olvidar a los muertos, los exilios hacia otros países. Violeta se reconoce como una niña que intenta vivir su vida al máximo, llenarse de amigos y disfrutar su juventud, una vez fuera de toda la tragedia. Pero nuevas circunstancias hacen que quiera irse de su país. Tendrá que pasar toda una nueva odisea para irse y comenzar de nuevo en otro país. Siempre intentando vivir su vida lo más libre posible.

Algo a destacar también es el silencio que reina entre los sobrevivientes. O están los testimonios que los medios de comunicación pedían luego de la guerra para conocer sus historias, o están aquellos que directamente callaron. Violeta cuenta mucho sobre esto, sobre su silencio, el no querer hablar del tema. Y no solo pasaba con ella, también sucedía con la hermana o hasta con conocidas que habían estado en el campo de concentración y de las que no sabía nada sobre su estadía o lo que habían sufrido.


Parece increíble pero nunca le pregunté dónde había estado. Sé –o creo saber- que trabajaba en una fábrica de aviones. Pero ¿dónde exactamente? ¿Cómo vivió aquellos meses que estuvimos separadas? Nunca se lo pregunté, y ella nunca me lo dijo. Ahora que ya ha muerto y yo trato de reconstruir la memoria de nuestras vidas, me arrepiento de no haberlo dicho Sin embargo nuestra actitud fue la normal. Muy poco sobrevivientes han hablado de todo esto, no solo en público, ni siquiera en privado. Ni siquiera entre ellos mismos. Hace algunos años, cuando yo estaba pleiteando contra León Degrelle, vino a Madrid una amiga mía de Venezuela. Ella, Clara, es checoslovaca y tiene una hermana gemela. Yo sabía que habían estado en Auschwitz. Mientras cenábamos, caí en la cuenta de que nunca le había preguntado si habían estado con Mengele; si, como gemelas, habían formado parte de los experimentos. (…) Nosotras habíamos sido amigas durante cuarenta años, y nunca habíamos hablado de eso. Tampoco Eva y yo lo hicimos.





En síntesis Violeta Friedman cuenta su historia de una manera en que alguien que no conozca nada sobre el nazismo lo entienda perfectamente. Es uno de los pocos testimonios que he leído que cuenta toda su vida, no solo ese episodio trágico que vivió durante el nazismo.








Es la sección en la que pongo una canción elegida por mí, que me parece que combina perfectamente con la trama del libro reseñado:



 BookSoundtrack para " Mis Memorias ":  
Sin cadenas   de    Los Pericos

Préstenle atención a la letra y verán...






 Sin cadenas sobre los pies me puse a andar
hace tiempo quiere encontrar el camino
Nada escapa, nada muere, nadie olvida, eso lo sé.
(Nada escapa, nada muere, nadie olvida, eso lo sé)
Navegante sin rumbo fui y naufragué
Cada calle, cada rincón fui conociendo
Y he perdido, he ganado
Y he sabido defenderme bien

(He perdido, he ganado
 he sabido defenderme bien)

Contengo la respiración (contengo la respiración)
Es un día tan claro (tan claro)
En busca de historias felices
Felices serán el día en que pise firme.


Merci Bookú

 "... In case I don't see ya, Good Afternoon, Good Evening, and Good Night! ..."




2 comentarios:

  1. Pues curiosamente el libro lo compré por error dos veces, y eso que ya lo leí la primera vez que lo compré.

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    Respuestas
    1. ¿Tenían portadas diferentes y por eso te confundiste? O a veces se da el caso que está en mejor estado la siguiente vez que lo encontrás. Las dos cosas me pasaron...

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