Autor: Violeta Friedman
Título: Mis memorias
Editorial: Booket
Páginas: 224
Categorías: Drama. Nazismo.
Biografía
Violeta Friedman sobrevivió al infierno de los campos de
exterminio nazis. Recluida en el tristemente famoso campo de concentración de
Auschwitz cuando apenas era una niña, sufrió en la propia carne la humillación,
las vejaciones y las atrocidades que la mente de un monstruo llamado Hitler
planeó para todo un pueblo. Años más tarde el dramático testimonio de Violeta
fue decisivo para condenar al nazi Léon Degrelle. Estas páginas, escritas con tristeza,
pero también con una profunda esperanza, tienen la misión de recordar al mundo
entero la mayor crueldad de la Historia; un terrible episodio que, para que no
se repita, las generaciones venideras no deberán olvidar.
Violeta
Friedman se encontraba tranquila en su casa cuando ve por la televisión a un
tal Leòn Degrelle tener opiniones acerca del Holocausto. Sorprendida, observa cómo
se le ha dado espacio en la televisión pública, la TVE, de España. Escucha
frases como “Hitler me consideraba un hijo” y “no existieron las cámaras de
gas”. La nota se la hacían por la aparición del cuerpo del doctor Joseph
Mengele en Brasil, a lo que este hombre se lamentaba por la grave profanación
que hacían de sus restos, a un hombre que simplemente fue un médico. Ella se
plantea una y otra vez las cosas, su familia entera había muerto en los campos
de concentración y ahora venía un hombre a llamarla mentirosa…
León Degrelle estrechando la mano de Adolf Hitler |
En aquella entrevista que yo observaba atónita,
Degrelle aprovechó para proferir una diatriba antisemita contra Simón
Wiesenthal, quien siempre le provocó un profundo miedo paranoico, y al que
atacaba en cuanto tenía ocasión. Pero lo más impactante para mí fue que, sin
ningún rubor, afirmó que seguiría siendo fiel a su ideología –a esa ideología
perversa del odio- hasta la muerte. Cuando el periodista le preguntó:
—¿Se arrepiente usted de algo, señor Degrelle?
Él contestó, con fuerte acento de erres arrastradas
y gran arrogancia:
—Sólo me arrepiento de que Hitler haya perdido la
guerra.
León
Degrelle, durante la guerra, era líder de las Waffen SS, un escuadrón de la
muerte de las SS. Tenía crímenes a cuestas y el gobierno de Franco lo dejó
ingresar a España escapando de los juicios que le esperaban en su Bélgica
natal. Años después, en los ochenta, teniendo la certeza –y la impunidad- de
que no podría ser capturado para un juicio ya prescripto en Bélgica, habla con
liviandad y despreocupación. Degrelle no es el primero al que Violeta escucha
hablar así: desde mitad de la década de los setenta está escuchando cada vez
más personas expresarse de esa manera. Gente que niega el Holocausto y una
Europa que se va tornando a la derecha. Pero Degrelle es el que le colma el
vaso, porque ambos se encontraban viviendo en el mismo país: España.
¿Cómo era posible que eso ocurriera en la España de
1985? ¿Cómo podía ser que un medio de comunicación –la televisión pública,
además- concediera la palabra a semejante criminal para atreverse todavía a
defender su criminal ideología y al monstruo que la inspiró? Mi indignación era
enorme.
Todo
este clima enrarecido la coloca en un lugar de desconcierto, tristeza, enojo y
deseos de justicia. Lleva a Degrelle a juicio por llamarla mentirosa, por lo tanto,
afectar su honor, negando el Holocausto, y hacer apología a la discriminación y
racismo al seguir apoyando el nazismo.
Durante siete años y con varias sentencias en contra que le decían que
no tenía razón de haberlo enjuiciado porque sus expresiones no iban dirigidas
específicamente a ella, logra ganarle en el cuarto juicio anulando todos los
anteriores, logrando un precedente para España. Ahora quien quisiera hablar del
Holocausto deberá hacerlo con cuidado y verdad o atenerse a las consecuencias.
Es
por todo esto que ella decide escribir un libro para que todos conozcan la
verdad de los campos de exterminio y el sufrimiento que ha tenido que
atravesar. Aunque en un principio era alguien que ocultaba todo su pasado, o
intentaba superarlo no hablando al respecto, toda esta situación le dio un
empuje que la puso en otro lado: el de querer decirlo todo.
Durante treinta y nueve años, yo había guardado
silencio. Había tratado de olvidar lo inolvidable, de convencerme a mí misma de
jamás había vivido todo aquel horror sin límites. Pero era en vano los
recuerdos seguían ahí, el mercado de Marghita, el tren, los brazos que me
separaron de mi madre, y el espanto, el hambre, el dolor, la muerte… Yo había
vivido todo eso. Y como yo, otros muchos millones de personas.
LA INFANCIA DE VIOLETA
Violeta
Friedman fue una sobreviviente de Auschwitz Birkenau a la edad de catorce años.
Fue una de las prisioneras más jóvenes en estar cautiva en ese lugar y
sobrevivir.
Yo solo tenía catorce años, y debería haber sido
enviada directamente a la cámara de gas. Pero aquella noche llevaba un pañuelo
en la cabeza y unos zapatos de tacón de mi madre, porque mis pies estaban tan
hinchados al haber permanecido horas y horas de pie en el tren, que los míos no
me entraban. En la oscuridad de la noche, agarrada del brazo de mi hermana que
tenía casi dieciocho, a Mengele debí de parecerle mayor de lo que era, y fui
enviada con ella al lado equivocado. Mi madre en cambio era joven y sana, solo
tenía cuarenta años, pero estaba deshecha por el terrible viaje, y se agarraba
del brazo de mi abuela, intentando no ser separada de ella. Mengele apenas la
miró, pero su brazo de demonio señaló el camino hacia la muerte. Muchas veces,
más tarde, lamenté desesperadamente aquel error que permitió que yo me salvara
mientras ella moría.
Fue
llevada junto a sus familiares: sus padres, sus abuelos, su hermana y su
bisabuela. Con excepción de ella y su hermana, Eva, toda su familia moriría el
mismo día en el que llegan al lugar.
La
memoria de Violeta acerca de su estadía en el campo no es del todo clara. No
tiene noción del tiempo sino de situaciones específicas. Recuerda mucho las
sensaciones que tenía en el lugar: el miedo y el hambre a la cabeza. Su memoria
es algo vaga y aun así podemos comprenderla perfectamente y entender por lo que
ha pasado.
(…) he de alertar al lector: cuando fui llevada a
Auschwitz, yo tenía solo catorce años. Era una niña ignorante y sometida a una
presión inimaginable. La desnutrición y los sufrimientos me mantuvieron durante
aquel año espantoso en un estado que tal vez pudiera compararse al de las
personas sometidas al efecto de ciertas drogas. Y, además, el resto de mi vida,
hasta hace diez años, me lo pasé tratado de olvidar. Todas esas razones hacen
que haya zonas de mi memoria que permanecen borrosas, recuerdos a veces
fragmentarios, momentos que sobresalen frente a otros desvaídos o
inalcanzables. También hay cosas que recuerdo, pero de las que ni siquiera hoy
soy capaz de hablar.
Hay
que entender que el libro lo comenzó a escribir a fines de los setenta, cuando
un psiquiatra se lo recomendó ante sus constantes depresiones. Luego fue pulido
en los ochenta y finalmente publicado en los noventa. Es así que ella comienza
a revolver todo ese pasado treinta años después de que haya sucedido,
habiéndolo mantenido oculto de su familia, en especial de sus hijos para que no
crecieran con ese estigma.
Como
escritora, lo que tiene Violeta es que explica muy bien. Alguien que no tuviera
idea de absolutamente nada sobre el nazismo y el Holocausto puede leer este
libro y entenderlo todo. Porque la autora se molesta en explicar cada detalle
que puede. Violeta se reconoce una gran lectora de libros que hablan del nazismo,
tanto testimonios de víctimas como libros de historia, o libros que traten de
la vida de los oficiales de la SS. Siente la necesidad de ir al origen de las
historias para hacerse entender. Cuenta en detalle su historia familiar, la
historia de Hungría y de Rumania, y cómo fue surgiendo y accionando Hitler
sobre Europa. No lo hace de modo pesado -haciendo que pareza más un libro de historia
que un testimonio- sino que vuelve toda la historia entendible. Sabe de lo que
habla y se preparó para contarlo.
Su
estadía en Auschwitz es como el común de relatos, en cuanto llega a ver en el
lugar y las grandes matanzas.
(…) todos en principio estábamos condenados al
mismo destino final, la muerte. La diferencia radicaba en que la condena podía
ser inmediata, o aplazarse en el tiempo, siendo precedida a veces por una etapa
de esclavitud.
Algo
que llama la atención de su testimonio es la existencia de sectores dentro del
campo para los “por si los necesitamos para la cámara”. Había un sector del que
ella formaba parte en el que solo ponían a la gente que en caso de que faltaran
personas para la cámara de gas y los crematorios, se tomaban de allí, aunque
estén bien físicamente. Porque las cámaras debían estar en constante
funcionamiento para que no se trabaran o quedaran en desuso. Esto fue algo raro
de descubrir porque siempre se habla de que quienes eran seleccionados para ir
directo a la cámara eran viejos o niños o débiles para trabajar y los demás
eran seleccionados para trabajo esclavo.
Éste
lugar de los “por si…”, era un lugar alejado del resto donde cada tanto, ante
la falta de nuevas personas que ingresaran, elegían víctimas. La diferencia
también reside en que quienes llegaban a los campos no sabían qué les pasaría
allí dentro (son conocidas las historias de las falsas duchas para matarlos con
gas), pero quienes residían en esta sección sabían que, si venían por ellos,
era porque les faltaba gente para matar y eran elegidos por esa causa.
(…) los nazis llamaban a nuestro campo Vernictungs
lager, o campo de la aniquilación, lo cual quería decir que todos los
internados allí estábamos destinados a la cámara de gas antes o después. Esa
fue la razón por la que no nos tatuaron: el número en el brazo se reservaba
para aquellos prisioneros que estaban destinados a trabajar como esclavos. Al
principio, mientras hubo muchos transportes que llegaban con nuevos
prisioneros, entre nosotros apenas hubo selecciones. Pero luego, cuando el
número de trenes fue disminuyendo –pues casi todos los judíos, gitanos, etc.;
habían sido ya deportados- empezaron a venir a nuestros barracones para
llevarse a compañeras a las que nunca más volvíamos a ver.
Sin
embargo, Violeta y su hermana fueron ingresadas a mitad de 1944 y para
comienzos de 1945 ya estaban liberadas, pero lo poco que estuvieron les sirvió
para que las afectara el resto de su vida. Es una época donde se martirizan
mentalmente por las relaciones que tenían con sus padres antes de ingresar al campo,
por la relación que tenían entre ellas, por no poder despedirse de sus
familiares antes de morir. La culpa por sobrevivir las sigue. Es una de las
partes más emotivas de toda su vida, porque describe cuántas veces estuvo a
punto de morir y su ingenio la salvaba. Además, que la separaron de su hermana
en un momento y ya la daba por muerta. Violeta también estuvo al borde de la
muerte, si la liberación no llegaba hubiera muerto en muy poco tiempo, pero el
apuro de los alemanes por retirarse de la zona donde llegaban los rusos hizo
que no se detuvieran a matar a todos los que veían y quedaban vivos.
Pero
si bien parecía que lo peor había pasado, otra vez seguían con problemas.
Porque aparecen los temibles rusos otra vez. No sé si recuerdan que en Tengo quince años y no quiero morir, la protagonista contaba mucho sobre los rusos y
cómo eran iguales o peores que cruzarse con un alemán en esas épocas. Aquí
sucede más o menos lo mismo, cruzarse con un ruso, a pesar de ser los
libertadores, hacía que estés preso nuevamente en campos de concentración
soviéticos o que las mujeres sean violadas por soldados. Es así que cuenta cómo
las chicas debían estar en grupo para no ser atacadas por ellos y cuidarse.
Nos manteníamos siempre en grupos, porque nos
encontrábamos a menudo con sorpresas desagradables. Algunas fueron violadas por
soldados rusos. En algunos sótanos había soldados alemanes escondidos, de los
que nosotras huíamos despavoridas. También encontramos a algunos muertos,
colados de una cuerda dentro de las casas o en los árboles. Ejecutados o
suicidados, nos daba igual: no sentíamos ninguna pena, ninguna piedad por
ellos. Y a ver cadáveres estábamos más que acostumbrados.
DESPUÉS DE AUSCHWITZ
Violeta
Friedman es una mujer que se podía catalogar de todos lados: no tiene una
nación definitiva y vivió en varios países. Empezando por haber nacido en un
pueblo llamado Marghita en Transilvania, que para el momento en que ella nace
pertenece a Rumania, pero antes era de Hungría por lo que toda su familia se
considera aún húngara. Luego, con Hitler ya en el poder de Alemania, se divide
Transilvania que era zona de disputa entre Hungría y Rumania, quedando el lado
de Violeta y su familia para Hungría, lo que lamentarían porque era el lado más
fanático a Hitler. Cambian las políticas sociales y ellos, como judíos, son
consideradas parias de la sociedad, los envían a Auschwitz en Polonia. De allí,
terminada la guerra, vuelve a vivir a Rumania. Puede escapar hacia Canadá donde
vive un tiempo, después se casa en Venezuela y, por último, vive sus últimos
años en España.
Violeta en los años cincuenta |
Así
que el libro nos permite conocer toda su vida, porque su vida no es solo esa
estadía en Auschwitz, sino también las consecuencias que tuvieron esos meses
para el resto de su existencia. Cuenta toda su vida hasta los años noventa en
España.
Lo que puede recalcarse es un deseo constante, especialmente de joven,
de olvidar lo sucedido, de empezar otra vez. Es así que conocemos las
constantes fiestas a las que solían ir los jóvenes luego de la guerra, una
manera de vivir la vida que les habían querido quitar. Además de la ola de
casamientos que hay entre sobrevivientes, entre viudos, entre jóvenes.
(…) nos invadió una fiebre de bailes y festejos
continuados. No se trataba de celebrar la vida, sino de paliar nuestro
incurable desarraigo, y, sobre todo, de aturdirnos, de huir del pasado y
presente inmediato en un salto desesperado hacia delante, de ocultar detrás de
la música y la alegría nuestras tristezas y recuerdos. Queríamos a toda costa
borrar nuestras memorias.
Todo
dentro de un sistema inconsciente de mantenerse juntos, mantener lazos con
quienes sufrieron lo mismo o entre quienes se entienden, las fiestas para
olvidar a los muertos, los exilios hacia otros países. Violeta se reconoce como
una niña que intenta vivir su vida al máximo, llenarse de amigos y disfrutar su
juventud, una vez fuera de toda la tragedia. Pero nuevas circunstancias hacen
que quiera irse de su país. Tendrá que pasar toda una nueva odisea para irse y
comenzar de nuevo en otro país. Siempre intentando vivir su vida lo más libre
posible.
Algo
a destacar también es el silencio que reina entre los sobrevivientes. O están
los testimonios que los medios de comunicación pedían luego de la guerra para
conocer sus historias, o están aquellos que directamente callaron. Violeta
cuenta mucho sobre esto, sobre su silencio, el no querer hablar del tema. Y no
solo pasaba con ella, también sucedía con la hermana o hasta con conocidas que habían
estado en el campo de concentración y de las que no sabía nada sobre su estadía
o lo que habían sufrido.
Parece increíble pero nunca le pregunté dónde había
estado. Sé –o creo saber- que trabajaba en una fábrica de aviones. Pero ¿dónde
exactamente? ¿Cómo vivió aquellos meses que estuvimos separadas? Nunca se lo
pregunté, y ella nunca me lo dijo. Ahora que ya ha muerto y yo trato de
reconstruir la memoria de nuestras vidas, me arrepiento de no haberlo dicho Sin
embargo nuestra actitud fue la normal. Muy poco sobrevivientes han hablado de
todo esto, no solo en público, ni siquiera en privado. Ni siquiera entre ellos
mismos. Hace algunos años, cuando yo estaba pleiteando contra León Degrelle,
vino a Madrid una amiga mía de Venezuela. Ella, Clara, es checoslovaca y tiene
una hermana gemela. Yo sabía que habían estado en Auschwitz. Mientras
cenábamos, caí en la cuenta de que nunca le había preguntado si habían estado
con Mengele; si, como gemelas, habían formado parte de los experimentos. (…)
Nosotras habíamos sido amigas durante cuarenta años, y nunca habíamos hablado
de eso. Tampoco Eva y yo lo hicimos.
En síntesis, Violeta Friedman cuenta su historia de una manera en que alguien que no conozca nada sobre el nazismo lo entienda perfectamente. Es uno de los pocos testimonios que he leído que cuenta toda su vida, no solo ese episodio trágico que vivió durante el nazismo.
Es la sección en la que pongo una canción elegida por mí, que me parece que combina perfectamente con la trama del libro reseñado:
BookSoundtrack para " Mis Memorias ":
Sin cadenas de Los Pericos
Préstenle atención a la letra y verán...
Sin cadenas sobre los pies me puse a andar
hace tiempo quiere encontrar el camino
Nada escapa, nada muere, nadie olvida, eso lo sé.
(Nada escapa, nada muere, nadie olvida, eso lo sé)
Navegante sin rumbo fui y naufragué
Cada calle, cada rincón fui conociendo
Y he perdido, he ganado
Y he sabido defenderme bien
(He perdido, he ganado
he sabido defenderme bien)
Contengo la respiración (contengo la respiración)
Es un día tan claro (tan claro)
En busca de historias felices
Felices serán el día en que pise firme.
Merci Bookú
"... In case I don't see ya, Good Afternoon, Good Evening, and Good Night! ..."
Pues curiosamente el libro lo compré por error dos veces, y eso que ya lo leí la primera vez que lo compré.
ResponderBorrar¿Tenían portadas diferentes y por eso te confundiste? O a veces se da el caso que está en mejor estado la siguiente vez que lo encontrás. Las dos cosas me pasaron...
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